sábado, 4 de septiembre de 2010

[Un consejo es algo que pedimos cuando conocemos la respuesta...]

...pero quisiéramos no conocerla.

Cuando tengo un problema moral, familiar, emocional, nutricional o menstrual, físico o psicológico, cualquiera que sea, acudo a mi amigo J., también conocido como G. Y lo hago porque realmente confío en su opinión. Porque está loco, completamente loco por vivir, y sabe cómo solucionar los malestares que surgen día a día no sólo para salir adelante, sino para salir adelante lo mejor que se pueda. J. siempre tiene la energía necesaria para lucir una sonrisa en su rostro moreno. Jamás vi a una persona en ruinas sonreír con tanta fuerza. Así debe de ser un amanecer desde la Acrópolis, con el mismo aire cálido, cercano y ancestral de la tierra helena.

El caso es que siempre me da el consejo acertado, aunque el 99% de las ocasiones nada tiene que ver con mi verdadera (y voluble) voluntad. Cuando nos preguntan el por qué, el por qué de dos personas tan jodidamente distintas viviendo en semejante armonía... No tenemos la más mínima idea. Supongo que ahí está el verdadero truco, la magia: no hay nada exterior que nos una, sencillamente queremos y, al menos en mi caso, necesito tenerle.

A la mayoría de la gente puedo resultarle hosca, disonante o decadente. Pero él, por su fe infinita en el ser humano, cree ver algo más, y yo le creo a ciegas porque intenta hacer las cosas de la manera más correcta posible.

- Y mi pregunta es: ¿debería hacer un esfuerzo por adaptarme a las normas sociales? ¿Familia, facultad, bares...? No me interesan lo más mínimo. Mi madre siempre me dice que como no haga un esfuerzo por mantener las redes sociales atadas acabaré ahogándome sola... Ella no entiende el valor de teneros.

- La pregunta realmente es: ¿qué te apetece?



***


viernes, 27 de agosto de 2010

Tu mano con su reloj parado y la mía con su bisutería dorada son la más viva imagen de la masculinidad y la feminidad, entrelazadas en uno de esos amores decadentes. Tus arañazos de labrar el campo, mis uñas color borgoña. Mi anacrónico Heathcliff, tu Cathy desquiciada.

martes, 24 de agosto de 2010

[Sobresaliente]

Debido a una serie de contingencias que tuvieron lugar desde mi nacimiento y que tienen bastante que ver con una estricta educación en la obediencia más sumisa y un respeto desaforado hacia la autoridad, necesito una cosa por encima del resto para mi felicidad: recibir la aprobación del cosmos. Sea quien sea - padres, profesores, hombres, tenderos, máquinas de tabaco, televisión. Necesito con una urgencia apremiante que me miren, me sonrían, me digan que todo está bien hecho, me pongan una estrellita en el pecho, un gigantesco P A S S E D con letras rojas en la frente. Soy adicta a la aprobación de los demás, necesito que me evalúen constantemente, ¡ponedme nota!, porque de otra manera, no sé cómo soy. Nunca aprendí a autorregularme, autovalorarme ni autoconducirme. Soy, en lo que al ámbito de la autoeficacia concierne, un auténtico fracaso. Un fracaso dependiente.

Qué triste, ¿eh? Nadie me dijo que aprendiese a mirar con mis propios ojos.

domingo, 22 de agosto de 2010

Como hermosos cuerpos que murieron jóvenes
y fueron sepultados, con lágrimas, en rico mausoleo,
coronados de rosas y con jazmines en los pies,
así son los deseos que pasaron sin realización;
sin que ninguno sobreviviera una noche
de sensual deleite o una mañana de plenilunio.

Constantine Cavafy


jueves, 19 de agosto de 2010

[Todo cambia]

Las palomas ya no comen maíz. Ahora prefieren su ración de patatas fritas salida directamente de la grasienta cocina del McDonald's más cercano. Ya no corren cuando nos acercamos a ellas, se han impregnado de la soberbia humana y hasta diría que nos miran mal cuando pasamos a su lado sin lograr apartarlas de su camino. Se han civilizado. Se pierden las jerarquías. Las palomas son capitalistas. ¿Quién soy yo para rebelarme contra la naturaleza?



Reabro oficialmente el blog con esta gilipollez porque me da la gana.

domingo, 21 de febrero de 2010

[La resignación es un suicidio cotidiano, Balzac]

Anoche me deshice en lágrimas como una niña. Me gusta desintegrarme de vez en cuando, moquear y patalear, estallar contra la realidad para que cada una de mis partículas entre en contacto con lo que odia, y derramarme de nuevo sobre la cama, un poco más desencantada. Ojalá tuviera el espíritu religioso de la resignación. Todo sería mucho menos problemático.