miércoles, 20 de abril de 2011

[La cultura del dolor]

Superar que la cultura se equivoca es un golpe duro. Desde que nacemos nos ha amamantado, mecido en sus brazos rollizos, nos ha engordado, nos ha limpiado el culo y nos ha protegido. Quien bien te quiere, te hará sufrir, que nos decía siempre. Superar que nuestros padres son humanos... bueno, de eso nos damos cuenta todos llegada una edad. Pero darse cuenta de que siglos y siglos de tradición, religión, literatura y, más recientemente, cine, se equivocan... por ahí, no son muchos los que pasan.



No es un camino fácil, requiere el 100% de nuestra atención y acabas exhausta de luchar cada minuto contra el látigo del displacer, del castigo de la carne, del amor imposible. Es muy fácil resbalarse con la repugnante baba de la Madre Tierra, es muy fácil volver a su útero a buscar compasión. Es muy fácil dejarse guiar por el alma, lo inalcanzable, el deber, la infelicidad del deseo.

Yo también soy débil, también sueño aún con cadenas, con magulladuras, con dueños, con palacios. También sueño que me dominan, que me escupen y me besan, y en sueños me digo diciendo que quien bien me quiere, me hará sufrir, que aún no me ha abandonado, que va a volver a rescatarme y nos comeremos por fin las putas perdices... Pero cuando me despierto, en la entretela que me separa de la vigilia, busco la corona en mi cabeza, y por suerte, no encuentro ninguna. Y en mi memoria, él se va transformando lentamente, a veces siendo un ogro, otras siendo el hombre gacela, hasta ser, sencillamente, un hombre. Un hombre que me ha abandonado, que me ha hecho sufrir y que, por ende, no me tenia la menor estima.

Luchar contra la cultura del sufrimiento, del patetismo, es una ardua tarea. Luchar contra el Cristo sangrante, contra el Dios rencoroso, contra el despotismo de reyes y el castigo de la menstruación, luchar contra el pecado de la carne, contra el desprecio a las emociones y la dictadura de la razón, luchar contra la metafísica de Descartes, es una tarea para valientes. Y es la única en la que de verdad, desaparecen las heridas.

sábado, 4 de septiembre de 2010

[Un consejo es algo que pedimos cuando conocemos la respuesta...]

...pero quisiéramos no conocerla.

Cuando tengo un problema moral, familiar, emocional, nutricional o menstrual, físico o psicológico, cualquiera que sea, acudo a mi amigo J., también conocido como G. Y lo hago porque realmente confío en su opinión. Porque está loco, completamente loco por vivir, y sabe cómo solucionar los malestares que surgen día a día no sólo para salir adelante, sino para salir adelante lo mejor que se pueda. J. siempre tiene la energía necesaria para lucir una sonrisa en su rostro moreno. Jamás vi a una persona en ruinas sonreír con tanta fuerza. Así debe de ser un amanecer desde la Acrópolis, con el mismo aire cálido, cercano y ancestral de la tierra helena.

El caso es que siempre me da el consejo acertado, aunque el 99% de las ocasiones nada tiene que ver con mi verdadera (y voluble) voluntad. Cuando nos preguntan el por qué, el por qué de dos personas tan jodidamente distintas viviendo en semejante armonía... No tenemos la más mínima idea. Supongo que ahí está el verdadero truco, la magia: no hay nada exterior que nos una, sencillamente queremos y, al menos en mi caso, necesito tenerle.

A la mayoría de la gente puedo resultarle hosca, disonante o decadente. Pero él, por su fe infinita en el ser humano, cree ver algo más, y yo le creo a ciegas porque intenta hacer las cosas de la manera más correcta posible.

- Y mi pregunta es: ¿debería hacer un esfuerzo por adaptarme a las normas sociales? ¿Familia, facultad, bares...? No me interesan lo más mínimo. Mi madre siempre me dice que como no haga un esfuerzo por mantener las redes sociales atadas acabaré ahogándome sola... Ella no entiende el valor de teneros.

- La pregunta realmente es: ¿qué te apetece?



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viernes, 27 de agosto de 2010

Tu mano con su reloj parado y la mía con su bisutería dorada son la más viva imagen de la masculinidad y la feminidad, entrelazadas en uno de esos amores decadentes. Tus arañazos de labrar el campo, mis uñas color borgoña. Mi anacrónico Heathcliff, tu Cathy desquiciada.

martes, 24 de agosto de 2010

[Sobresaliente]

Debido a una serie de contingencias que tuvieron lugar desde mi nacimiento y que tienen bastante que ver con una estricta educación en la obediencia más sumisa y un respeto desaforado hacia la autoridad, necesito una cosa por encima del resto para mi felicidad: recibir la aprobación del cosmos. Sea quien sea - padres, profesores, hombres, tenderos, máquinas de tabaco, televisión. Necesito con una urgencia apremiante que me miren, me sonrían, me digan que todo está bien hecho, me pongan una estrellita en el pecho, un gigantesco P A S S E D con letras rojas en la frente. Soy adicta a la aprobación de los demás, necesito que me evalúen constantemente, ¡ponedme nota!, porque de otra manera, no sé cómo soy. Nunca aprendí a autorregularme, autovalorarme ni autoconducirme. Soy, en lo que al ámbito de la autoeficacia concierne, un auténtico fracaso. Un fracaso dependiente.

Qué triste, ¿eh? Nadie me dijo que aprendiese a mirar con mis propios ojos.